SUERTE EN 2023

Padre, hoy sentado en el Prado Chico me puse a escuchar. Y ¿Sabes qué? He comprendido eso que tú dices. Creo que me ha pasado.

Con el rumor del agua, de las ramas, de las hojas, del viento, de los pájaros que no veía, me tumbé al sol sobre la hierba. Y, como tú haces a veces cuando estás con La música, cerré los ojos.

Perdidos de vista el cielo y las nubes; y el poco del verde de un árbol, he notado que seguían allí, junto al aire que yo respiraba, junto al calor del sol en mi cara, a la hierba bajo mis manos y a la brisa que me rozaba el pelo. Lo sentía todo y todo parecía que era Nada. En estas, un raitán me llama, y yo lo escucho. Lo sigo, sin abrir los ojos pongo mi vista en él dentro del verde del árbol ¡Qué bonito su canto!

Pero verás que me ha sucedido, que tuve la sensación de tumbarme de nuevo, de cerrar los ojos, cuando en verdad los tenía cerrados, y la de que, sin haber perdido de vista al raitán, aquella Nada regresaba para envolvernos.

Hijo. No se lo cuentes a un audiófilo. Te dirá que tu cerebro ecualizó y que no debería haberlo hecho, pues con una concreta electrónica y los últimos altavoces –de ves tú a saber que marca y modelo— no hay raitán que pueda esconderse entre los cables.